Todo el tiempo viví temiendo la llegada de la muerte, tan solo duró un breve instante, el mismo en que fui feliz. Debería haber sucedido mucho antes, quizá conseguí desviarme del camino que me llevó a ella, solo huí porque tenía la firme convicción de que todo podía cambiar en unos años.
Ana era la mujer con la sonrisa mas tranquilizadora que nadie pudiera poseer, una de tantas virtudes por las que me enamoré de ella. Ni un solo día dejé de recordarla.
Aprendí que en realidad no decidimos nosotros, cuando quise ir al norte la lluvia arrastró el puente y con él los planes que había logrado trazar durante la noche. En el mismo momento que vi positiva la idea de pasar inadvertido entre los feriantes que llegaban a la ciudad, el incendio hizo que tuvieran que marcharse.
Fueron muchas situaciones las que cambiaron mi modo de entender lo que algunos llamaban destino y aunque mi cuerpo caminaba, comía y dormía, mi alma había muerto cuando salí de mi pueblo, ni yo mismo podía reconocerme.
Mi corazón no entendía la razón de lo que me estaba sucediendo, pensaba diferente a la mayoría, era un adelantado a mi tiempo como dijo aquel cabo, Julián, de mirada paralizadora y eso me condenaba como criminal peligroso que no merecía ser juzgado.
La condena había sido firmada años atrás, siempre lo supe, por eso cuando disparó no bajé la mirada, no le veía a él.
Me encontraba sentado con mi mujer en la fuente de la plaza grande, me decía que podría escribir historias que los demás leerían sentados en sus casas, yo bromeaba sobre las caras que podrían si decía algo inconveniente o inesperado. Le dije que sorprendería a todo aquel que leyese la historia de mi vida, conseguiría que un escalofrío rozara su alma sobre todo de quien lograra verme...
Creo que un día seré, seremos encontrados y la paz jamás nos abandonará.