miércoles, 27 de enero de 2010

Salid del círculo...


Ante todo quiero decir que los nombres que aparecen a continuación han sido cambiados, aún así, estoy segura de que estas líneas serán borradas pronto, quizá nunca lleguen a ser leídas por nadie, quizá si llegan a ti, en ese momento me encuentre ya al lado de ella. Cuidad siempre vuestras decisiones y que el Dios justo os proteja.

Entraba tan asustada que creía que todos podrían ver en mi cara el miedo que provocaba mi regreso, recordé el día de mi iniciación, cuando Erika había ido adentrándome en las maravillas y creencias de una nueva iglesia, es cierto que no mostré interés alguno al comienzo de cada una de sus miles de charlas, todo me parecía tremendamente exagerado, nunca he creído que existan esos extremos de los que hablaba, ni todo es tan bueno, ni por supuesto todo es tan malo ¿no crees? Admito que tanto escucharla abrió algo en mi interior, pero no ya el deseo de creerla, sino el de hacerle ver que no estaba en el camino correcto y que había sido engañada sin darse cuenta. Me propuse entrar en el círculo, ir escalando hasta encontrar la base, lo que nunca imaginé es que esas personas podrían ser tan peligrosas ¿Eran enfermas o fabulosos actores? ¿se creían sus propias mentiras o las fabricaban para el resto del grupo? Bajo la apariencia de la búsqueda de un mundo mejor, la solidaridad con quien menos tiene, esa ayuda que ofrecían sin supuestamente pedir nada a cambio, la sonrisa, la ilusión, las peticiones, los agradecimientos... ¿qué se escondía?
La primera vez que vi a Carlos me pareció un hombre genial, sabía que decir y hacer en cada situación, a él le gustó como iba siendo parte central del círculo al que llevaba unido desde su nacimiento, ya que su padre había sido uno de los fundadores en nuestra ciudad. Al año de conocernos ya estábamos casados y al siguiente nació Samanta, poco a poco la madeja se lío tanto que no sabía como deshacer aquello.
Una noche al volver de la reunión y después de que Samanta, Pablo y Alejandro estuvieran dormidos, hablé con Carlos. Solo le dije que sentía miedo de no andar en el camino correcto, de inculcarle a los niños ideas erróneas, si yo no las creía de verdad ¿ cómo transmitírselas a mis hijos? Dejaría una temporada de ir a las charlas para aclararme. El ni siquiera pestañeó. Como si ya supiera que eso iba a suceder, hablaba con palabras calcadas de los libros que ocupaban gran parte de mi casa. Me limité solo a observarle, hasta que dijo que lo pensaría con calma y que yo necesitaba un descanso, seguro que pronto lo vería de un modo diferente. Preferí no continuar, entendía que sus ideas no pueden cambiar de un día para otro, así que lo haría lentamente, esa sería la fórmula. Pero no tuve tiempo de pensar mas en eso porque mi hija enfermó.
Samanta nació con un problema de corazón, la familia de Carlos siempre me culpó de eso, decían algo así como que mis genes no eran del todo perfectos, pero eso sí, con los niños todo era normal, una vez Alejandra ( mi suegra) habló de los iluminados, recuerdo que me enfadé muchísimo ya que Samanta siempre había sido menospreciada por todos ellos, incluso le pusimos el nombre de mi madre porque Alejandra me dijo que era mucho mas bonito que el de ella. Con el paso de los años, supe que eso lo decidió cuando Carlos le habló sobre el problema que mi hija tenía.

Solía cansarse y no podía hacer nada de ejercicio. El día que se puso tan enferma, los médicos no entendían que había sucedido, Alejandra dijo que había estado dibujando como solía hacer por las tardes y que avisó al doctor Jimenez (miembro de la iglesia) cuando la vio tirada en el suelo y de ahí fueron al hospital.
Las palabras de Carlos se clavaron en mi corazón “Es una prueba de Dios, le has ofendido con tu negación y Samanta morirá por tu culpa”. No podía creer que me estuviera hablando de ese modo ¡como podía ser capaz de algo así!
A Samanta se le paró su corazoncito sin que yo pudiera hacer nada por ayudarla, me sonrió y se marchó.
Los días siguientes no los recuerdos con nitidez, se llevaron a los niños, unas pastillas y Carlos repitiéndome lo que había conseguido con mi incredulidad.
Una mañana Alejandro entró al cuarto a escondidas, estaba asustadísimo, me preguntó si el también iba a morir, su abuela decía que yo había enfadado mucho a Dios y que él quería llevárselos a todos y no al cielo, a otro lugar muy feo, allí estaba Samanta y la abuela podía escucharla gritar aún, si mamá no se arrepentía...
Retomé mi trabajo de fiel seguidora de la causa y nuera maravillosa en el instante en que vi peligrar la vida de mis dos hijos. Como si nada hubiera sucedido la normalidad regresó. Fui al hospital, quería ver las pruebas y los resultados de todo lo que le hicieron a mi hija, pero cuando entró el doctor en el despacho supe que no había nada que hacer. Sabía que iba a ir, solo me dio la enhorabuena por haber regresado al lado de Dios, entonces el mundo se me vino encima ¿hasta dónde se extienden sus tentáculos? ¿habían matado a mi hija? ¿Podría algún día sacar a los niños de allí? ¿Será Dios, mi Dios en el que siempre creí capaz de ayudarme todavía?

jueves, 14 de enero de 2010

En la soledad



Si alguien quisiera escucharme no me iría con tanta pena en el alma, dejaría las lágrimas donde deben quedarse y la soledad nunca regresaría a mi lado.

Rodeado de personas desconocidas que me trataron, eso si, mejor que mi propia familia.
Preocupados por como me encontraba, observando cada uno de los cambios que mis máquinas reflejaban, tomando mi mano, hablándome con calma y proporcionándome paz.

Por un lado me gustó ver a gente desinteresada que se volcaba en mí, por otro sentí la fría desilusión de no tener familia cerca en ese instante. Vi lo solo que he estado y lo vacía que ha sido al final mi vida.

Tus ojos me daban fortaleza y la sabiduría de quien tiene la certeza de ese algo mas, tan dudoso de entender por la mayoría. Quería darte las gracias por estar ahí y no dejarme.

He visto a otros como yo esperanzados con tu aliento y palabras justas, cuando nadie era capaz de dárnoslas.

Vi a Simón sonriendo a mi lado, me alegré tanto que olvidé la pena por la poca estima que mis familiares vivos pudieran sentir hacia mí.

Simón vestía como el día del entierro. Recuerdo que mi madre le puso el traje que había conseguido casi terminar para que yo lo llevase el día de mi comunión. El era mas pequeño que yo, dos años, me hacía caso en todo lo que le decía y a mí me gustaba decirle que era mi aprendiz.
Madre hizo lo que pudo por ajustarle el traje en un momento tan difícil, yo no quería que le pillasen tan fuerte en la espalda la chaqueta, creía que podían hacerle daño, para mí, Simón solo dormía.

Todo lo hacíamos juntos, eramos inseparables, aun teniendo mas hermanos como con él, nunca me sentí tan unido a nadie. Le dije que cuando se pusiera bueno iría a recogerlo para que fuéramos a jugar a la cuadra de don Matías, era lo que mas nos gustaba a los dos, lo hacíamos a escondidas.

¿Sabes? Cuando lo vi a los pies de la cama me dijo, Juan no te entretengas mas que nos vamos a la cuadra.

Mi cara se iluminó igual que la suya y marché feliz.

 


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