
Era martes, hacía tanto frío que no conseguía que mis manos entrasen en calor, sudaba de un modo extraño, jamás me había sucedido nada parecido. Viajaba a Madrid por motivos de trabajo, era considerada dentro del partido como una mujer moderada, que nunca confundía lo personal con lo político, algo muy difícil de conseguir por lo que veía a mi alrededor.
La ilusión representaba un gran esfuerzo, había que mantenerla para que el resto, los que venían empujando sin demasiado optimismo ni ganas de creer en lo que hacíamos pudieran algún día lejano o no luchar por convicciones propias reales de libertad.
Mis creencias eran innatas, quizá el odio también lo fuera. Perder a mi padre sin apenas conocerle marcó la etapa mas importante de mi crecimiento. Antxia, como solo yo le llamaba me enseñó lo mas valioso que un hijo debe saber, todo lo hacía por un futuro mejor para mí.
Me quedo con su mirada tranquilizadora y su saber estar con todo tipo de personajes que pasaron por casa.
Crecí sabiendo que no tendría hijos para no causarles el tremendo dolor que la pérdida de Antxia y Mirentxu produjeron en mi adolescencia.
El mundo lo cambiaría para los demás, nada sería mío, por lo que a nadie podría causar perjuicio sentimental.
Asumo mis conocidas relaciones con hombres del partido, acontecimientos puntuales que sólo desmarcaron en una ocasión, el coordinador. Incentivó con elogios intelectuales mi capacidad de tomar decisiones definitivas para movilizar a nuestros seguidores. Supo atraerme al terreno mas difícil de controlar, el amor real. Puedo decir que fué la persona que mas supo de mi, lo débil que era en realidad, clarificó mis sentimientos de una forma increíble y yo dejé que aquello sucediera porque lo necesitaba en ese momento. No me arrepiento de nada de lo que un día pude hacer.

Algo debió suceder porque el viaje que ya se suponía clandestino cambió el destino inicial y con ello la poca comodidad que había mantenido desde mi salida de casa. Al ir sola era mas fácil mi traslado, pero la sensación que me invadía desde el momento que se dio el cambio, me hizo saber que aquello tendría un mal final.
No oigo hablar, llevamos demasiado parados, un estremecimiento conmueve todo mi cuerpo, se abre el maletero del viejo “patos”.
Esto sucede a veces, aunque no por ello es menos doloroso. Moriré a manos de los míos, como parece ser sucedió a mi padre ¿ por qué combaten entonces? Que complejos son sus sueños, sacrifican la libertad condenándonos a quienes trabajamos fortaleciendo los verdaderos ideales.
No habló, pero supe con tristeza quien era. Sus manos regordetas sudaban mientras arrastraban mi cuerpo hacia aquella fosa que parecía haber sido cavada con rapidez. Bajito, gordo, calvo, le pesa la pala. No se molestó en quitarme ningún objeto que pudiera servir de identificación, mi colgante turquesa, mi anillo de flor, la ropa siguen estando en el mismo lugar.
Guardo una llave que logré quitarle en el forcejeo, junto a un botón de chaqueta que había en el maletero. Mi puño quedó cerrado como una verdadera caja fuerte.
Nadie va a buscarme, sin familia ¿quién lo haría? ¿acaso alguien del partido sería capaz de cuestionar ésta decisión?
La cabaña es pequeña, tres ventanas, los árboles la ocultan bastante bien, aunque no está demasiado lejos de la carretera ya que podía escuchar el sonido de un tráfico poco frecuente.
Llevo mucho tiempo aquí, no puedo irme y aún no se por qué ¿crees que tienen que encontrarme para que eso suceda?